Ya he podido comprobar repetidamente, que los prejuicios comunistas son más destacados que sus precedidos afanes de entendimiento o tolerancia. Siguen la estrategia de la complacencia del gentío, la más simpática de las sonrisas de poco trasfondo, el caramelo goloso a quien todos entra por los ojos es lo que saben y pueden ofrecer, hasta tal punto que no son permisivos ni tolerantes con nada que no pertenezca a la izquierda más izquierda, ni comulgue con tesituras republicanas. Ahora entiendo el diluido discurso de Llamazares, no tiene nada que decir para diferenciarse del propio discurso socialista, y ante eso sólo le sale la divagación. «Giro a la izquierda…» «La izquierda tiene un compromiso…»
La izquierda es un concepto, al igual que la derecha, que ha de tener una aplicación a la vida real y al suelo que pisamos. Más allá de ser la embajadora de Fidel en Europa, Izquierda Unida se aferra al anti-franquismo como forma de vida, siendo éste un concepto más amplio cada día. No contempla la existencia de bondad, generosidad, el trabajo o la solidaridad si éstas no están ligadas a su idolatrada revolución utópica de la sociedad contra el poder, cuando ellos mismos son seres simbióticos del conformismo y de un gobierno superior al que puedan cortejar.
Las pruebas están más que claras y de relieve hace tiempo en Fuente Palmera, no sólo por las difusas afirmaciones o las intransigentes negativas. También su electorado es intolerante hasta lo delictivo, cosa que no sabe el del Rincón Coloraillo, porque también existen prejuicios socialistas. Pirómanos nocturnos en los campos y las cosechas de otros (tal vez en forma de réplicas de la quema de conventos después de la nueva ley para desmemoriados), abanderados por la libertad o la libertad de expresión, hacen gala de sus valores y modelos de ejemplo de su ideología. Otros comunistas más astutos prefieren aprovechar las ruinas de las familias para engrosar su patrimonio, todo legalmente por supuesto. Otros pseudo-rojos prefieren ganar unas elecciones mediante el marketing y el insulto a la puerta de unas urnas. Todo dentro del saco, del enorme saco de la tolerancia izquierdista, aceptado y legitimado. Y si la derecha por el contrario comete una simple infracción, o si se atreve a romper su cobardía para hablar o proponer algo… eso sí será de la máxima relevancia y clamará al cielo o al infierno.
La derecha tiene que volver a aceptar pulpo como animal de compañía, porque siempre nos otorgarán el estigma de Franco y la guerra civil como penitencia eterna. Pero no es aplicable pues lo que realmente está manifestándose son prejuicios de la izquierda. El pecado del prejuicio es todavía más hipócrita cuando se predica el diálogo, y es aún más pecado cuando se incita a los demás a lo mismo.
Muy equivocados todos, y muy buenos políticos estrategas también, decir una cosa y hacer otra. Pero los que somos de derechas hoy o ayer, somos también muy dignos de estar preocupados por la sociedad sin intentar imponer nada, y sin que se nos prejuzgue. Aunque asumo que la política de oposición consiste básicamente en vender unos postulados (que sean tangibles), hacerlos creíbles y hacerlos defendibles por los simpatizantes, e incluso intentar doblar los discursos del opuesto, no tiene nada que ver con el no intentar escuchar o debatir, ni tiene nada que ver con hacer oídos sordos a aquellas aptitudes que se quieren obviar.
Cada uno allá con sus pactos o sus conversaciones, con sus denuncias y con sus quejas, con sus juegos de prensa y con todas esas cosas normalmente ligadas a administraciones superiores. Ciertas actuaciones, no respaldadas de los discursos habituales de palabra, tienen irremediablemente los efectos secundarios de liberar la desconfianza en una corporación rosa.
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