Democracia, termino de origen griego para definir una forma de estado cuyo poder o soberanía reside en el pueblo. Existen varias formas de que se ejerza esa democracia, lo más directo y lo más habitual son unas elecciones para elegir representantes. Otra forma, menos habitual, es el referendum, usado para elegir normas o leyes importantes.
Una vez ejercida la democracia, se considera legitimado lo que el pueblo haya manifestado (aunque no siempre es el caso).
Empiezo este artículo mencionando la democracia, porque es ahora, -después de varios años tras aquellas «primaveras árabes» que han desestabilizado los países de oriente dando lugar a que un nuevo grupo terrorista acampe traspasando fronteras- cuando algunas gobiernos democráticos europeos han declarado que ya están sus respectivas sociedades y la opinión pública en general, para llevar a cabo una acción militar en el origen del problema.
Se sabía desde hace tiempo también, que esto iba a afectar directamente a Europa, por varias razones. La última es la llamada crisis de los refugiados, un éxodo masivo de población que se está dirigiendo hacia donde saben que pueden ser recibidos. Pero también afecta a Europa la radicalización de los simpatizantes del Daesh, que, no sólo captan mentes para su causa, sino que ya han causado atentados, en Tailandia los más recientes, lo cual hace que los servicios de seguridad estén en alerta máxima.
Lo curioso es que, según los medios de comunicación, ese volcado de la opinión pública la ha causado la imagen de un niño muerto en una playa. Dicho sea de paso, imagen que muchos medios han censurado (o autocensurado) al menos parcialmente.
Aquí es donde quiero llegar a parar. Ciertamente, están llegando imágenes, historias, vídeos… absolutamente escalofriantes, y que en su mayoría son autocensuradas por los medios. Esta desinformación sin sentido ha dado lugar a un adormecimiento, a no establecer un criterio, a no poder establecer una opinión, a hacer oídos sordos, a menospreciar la situación. Y es que, imágenes como la del pequeño Aylan nos llegan muchas, incluso más dramáticas y dolorosas, hasta provocativas.
No puedo dejar de recordar cuando vi los videos de las ejecuciones de militares y civiles, degollados, quemados vivos o ahogados en unas jaulas. O los testimonios de padres de hijos secuestrados que sabían que sus hijos de 3 y 5 años iban a ser esclavizados y sodomizados. O los de las niñas compradas y vendidas como ganado por el Boko Haram. Todo eso y mucho más ha sido censurado a nuestros sensibles ojos, haciendo un flaco favor a la democracia, la cual tiene que aprobar, cuanto menos con su opinión pública, que es necesaria una intervención militar.
La información nos hace aceptar la realidad, nos hace poder ejercer la democracia con argumentos. La censura, la desinformación, la tergiversación, la subjetividad, la caramelización de la realidad, por lo tanto, nos hace no percibir si quiera la urgencia, si procede, de decidir, de elegir, de opinar, de ser conscientes.
Como digo, esta autocensura no es nueva, se da desde tiempo por parte de los medios, pero no quiero entrar en otros temas ahora. Pero precisamente fue allá cuando las antes mencionadas primaveras árabes empezó todo esto. Se disfrazó una revolución con una capa superficial de falsa democracia, mostrándola como una panacea idílica. Las consecuencias ahora han avanzado.
Tuvimos y tenemos miedo de tomar parte en asuntos violentos mientras parecen de un barrio lejano. Exclamamos cuando vemos como se acercan. Y nos sorprendemos cuando los vemos al lado. El mundo entero no es occidente. Sabemos, porque los proclaman, cualen son los objetivos del Daesh, y la complejidad de las diferentes relaciones hostiles entre grupos armados. Pero ninguno de ellos defiende los valores occidentales. Muy al contrario, su intención, se podría decir, que es derogarlos, violar toda cuestión mínima de orden, soberanía o dignidad humana, para imponer un regimen sumiso al terror más inhumano posible.
Su intención es valerse de las flaquezas de la democracia para destruirla.