Sí, ayer dimitió Pedro Sánchez como máximo dirigente del Partido Socialista Obrero Español. Sí, había y seguirá habiendo guerra interna porque, sí, en el PSOE no todos piensan en lo mismo, ni piensan lo mismo, ni piensan igual. Eso no es que sea malo per se. Sí lo es cuando llega hasta tal punto que algunos puntos de vista son incompatibles entre sí, y cuando hay rozamiento, hay calentamiento, y ayer saltaron las chispas. Un partido político no puede seguir líneas divergentes.
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Pero ¿por qué todo esto? ¿Es una mera cuestión de abstenerse ante la candidatura de Rajoy como Presidente del Gobierno o es algo más? ¿Se reduce todo esto a la cuestión de elegir entre izquierda o derecha? La respuesta es no. No es tan simple como muchos pro-Podemos están pregonando, compadeciéndose con Pedro Sánchez por su salida forzada. Lo cierto es que su último dirigente se ha llevado el último capón de sus propios miembros de filas, sin que se lo merezca todo él.
La estructura «federal» del PSOE lleva mucho tiempo haciendo aguas dentro de la propia organización para su perjuicio. Los distintos satélites del partido en Cataluña o en Valencia, o en Galicia o el Pais Vasco llevaban tiempo permitiéndose en ocasiones discursos y líneas políticas alejadas de lo que el Comité Federal podía aceptar. Ahora ya no recordamos el Congreso de Cataluña en que también existían dos líneas políticas, la del encaje fácil en el discurso a nivel estatal, y la del discurso más separatista e independentista. Se llegó a mencionar incluso la posibilidad de que el PSC abandonada la federación del PSOE, y que éste iniciale la andadura desde cero en Cataluña. En el Pais Vasco, idem de lo mismo. Patxi López llegó a ser Lehendakari para evitar un mandato peeneuvista, que ratificase a Ibarretxe, con la ayuda del Partido Popular, y ahora Idoia ha hablado en ocasiones de pactar con Bildu y Podemos, que van más allá de lo que iba el anterior. Por eso el PSOE lleva tiempo sufriendo una cierta dislexia debido a su federalismo cambiante y permisivo, lo cual no sólo no sienta bien a muchos dirigentes, sino tampoco a muchos militantes y votantes.
Desde la última legislatura de Zapatero, el partido se apuntó a una serie de programas y líneas políticas que simplemente eran ocurrentes. Se le dio rienda suelta a la inventiva más imaginativa. Se pasó del famoso discurso de la crispación por doquier, al contraste del progresismo pseudovanguardista. Se olvidaron las líneas maestras de cualquier partido serio, los principios, los programas básicos, lo que te da identidad… para dejar que la identidad del PSOE fuese desde aquel entonces el «lo que haga falta por un puñadito de votos»: se olvidaron del interés general. Se dispusieron nuevos Ministerios variopintos, las entonces famosas zapatillas kellyfinder, las ayudas a la emancipación… Cuando Zapatero se dio cuenta, no sólo se había cargado las directrices profundas del partido en medio de la crisis, sino que lo había dejado sin la brújula que pudiese marcar el Norte a sus sucesores. A pesar de que se le encomendó a la veteranía de Rubalcaba que inténtase recomponerlo, ya era demasiado tarde. El caldo de cultivo para Podemos estaba en su punto.
Pedro Sánchez llevaba dos años modelando algo en el PSOE que nadie sabía que era hasta hace un año, cuando las pasadas elecciones generales quiso ser Presidente del Gobierno a cualquier precio. Pero claro, a cualquier precio que no pagara él. Ese intento ya costó un precio. Puesto que su posterior resultado en las siguientes elecciones generales de junio, lo pagó su partido y su resultado, aunque su optimismo siguiera hablando diciendo que era el partido hegemónico de la izquierda. Sin embargo los pactos PSOE-Podemos empiezan a hacer aguas dejando en evidencia la debilidad del PSOE a merced de Podemos, y las malas apuestas personales de Sánchez.
Podemos se frotaba las manos desde el principio, irrumpía con un discurso de pocas ideas, pero muy fuertes. «No nos representan», «la casta», «asalto al cielo», «tic tac». Ante esto, el PSOE tuvo dos opciones: podía diferenciarse o podía unirse y pretender ser más que el nuevo partido de Podemos. Pedro cayó en el señuelo de que la vieja política estaba muerta. Él era un joven político, nada identificado con Rajoy, o con Rubalcaba o con Felipe. El quería mostrarse identificado con la mal-llamada nueva política de Pablo Iglesias y compañía, o incluso con Rivera. Quería que lo vieran como el hermano mayor de todos los nuevos políticos. De ahí su última consigna «no es no». Puso al PSOE a compararse, a medirse y a competir en el terreno de los nuevos, y perdió. No se puede adelantar nunca al que intentas perseguir, no se puedes superar al que te empeñas en imitar. Los votantes de izquierdas preferían a los profesionales de los escratches, en lugar de los novatos amateurs.
Con los resultados de ambas elecciones generales, cualquier buen estratega político hubiese sabido hacerse un buen papel en la oposición, para demostrar su valía como político. No hay buen político que no se haya curtido en la batalla parlamentaria previamente. Pero hoy en día, la moda de la inmediatez, de la nueva política también, obliga a que nadie quiera o no sepa ser y hacer oposición, y llevan a coquetear con el populismo. Los cánones de la oposición están mal establecidos, está mal visto, poco valorado, y a muchos se le caen los anillos. Los políticos irresponsables intentan gobernar a toda costa, para no verse en esa larga travesía por el desierto, o intentan mitigarla imitando al gobierno para obtener su aprobación, y así no hacer una verdadera oposición.
Pedro Sánchez tuvo que dimitir, no porque se negase a permitir gobernar al más votado, sino por negarse a recomponer su partido a costa de su exclusiva conveniencia, por intentar asegurarse el cargo sin incorporar ningún mérito más allá de intentar hermanarse con Podemos cuando era su parásito, por comportarse como el Quijote frente a los molinos, cuando incluso sus escuderos le advertían del error. La izquierda menos centrada culpabiliza ahora al sector crítico, personificado en Susana Díaz, lógicamente por ser más centrada, pero no tal vez por menor interés personal. Hete aquí que tenemos la típica disyuntiva en que se enfrentan en este caso la izquierda descentrada contra la izquierda centrada. Para unos Pedro pasará como el magnánimo, y para otros como el sonriente.
En cualquier caso, el PSOE tiene la labor de recomposición inmensa que, o bien pasa por la unidad de discurso, o simplemente será un segundo plato de Podemos (ya se merendó a IU de la mano de Garzón el amable) para engrosar su poder y sus escaños. Y para ello debe intentar al menos hacer las cosas que quiera hacer bien a la primera, desde recomponer el partido a nivel «federal», elegir nuevo secretario general, marcar las nuevas líneas políticas etc etc.
A grandes rasgos, deben poder marcarse el objetivo de construir un gran nuevo partido, con las cenizas del roto, por el bien de España.