Sabemos desde hace tiempo que la unión hace la fuerza, nos lo han dicho desde pequeños. En los dibujos animados, en series de televisión y películas, en la escuela la tendencia pedagógica es a hacer grupos (aunque a los maestros les cueste más trabajo)… Luego, un poco más grandes en el mundo laboral, tanto por cuenta propia como por ajena, se forman grupos de trabajo, cooperaciones, sociedades… pero esas agrupaciones son ya un poco más discutibles, pues se puede razonar, sobre todo cuando son ajenas a la voluntad propia.
Dicen que la idea de Europa, cuyo horizonte se planteó hace tiempo como una unión política tras ser ya una unión monetaria, se está tambaleando, pues los países que están en el corazón inicial no lo están aceptando.
Aquel dibujo casi de garabato que fue un simple trato para comerciar con carbón, hoy adquiere unos tintes mucho más ambiciosos y globales que difícilmente bajan por debajo de los niveles estratosféricos. El ciudadano no entiende la unión tan necesaria como la pintan. Aunque lo cierto es que ya ni siquiera la pintan.
¿Cual es el problema?
Todo el mundo entendió que una unión de países produciría un efecto sinérgico en la comercialización, compra-venta, de un producto tan concreto como el carbón. También entendió que una ampliación del trato, una unión en forma de preferencia comercial, una libertad de transferencia de capitales y personas, una unión monetaria (os acordáis de los ECU‘s) y todas sus sucesivas ampliaciones a países vecinos, serían buenas ampliaciones.
Es obvio que el plan debe seguir adelante. Pero nadie ha comentado ni ha intentado convencer de cual es el camino a seguir para que Europa se termine de convertir en una unión política. Más aún cuando existen países de la Unión que tienen sus mejores y sus peores debido a grandes desastres en Política Comunitaria. Y cuando tras las ampliaciones a nuevos países se van a dar cambios drásticos de políticas estructurales y políticas de garantías.
Desde debajo de la estratosfera se tiene la impresión de que todo esto que está ocurriendo, eso que está desesperadamente intentando una y otra vez llegar a un nuevo acuerdo marco en forma de referendum o nuevo tratado marco, no es más que una inmensa improvisación. Un medio sin objetivo que pueda de alguna forma mitigar o enmascarar problemas que llevan una gran delantera a sus soluciones.
¿Le son cercanas a alguien las administraciones europeas que tienen la intención de convertirse en las supremas? ¿Tienen los países promotores la intención de acogerse fielmente a todas las políticas vinculantes que emite Bruselas? ¿Hasta dónde tiene que crecer la Unión?
No soy un detractor de la utopía europea, pero sí estoy con aquellas tesis que apoyan el hecho de que se está construyendo un castillo de arena en el aire antes de tener unos cimientos más fuertes. Se está llevando a cabo una carrera en la que parece fácil apuntarse e imposible de abandonar. Y tal es el caso que nuestros vecinos más veteranos están diciendo que se quieren peinar despacio si les inculcan prisa.
Entre tanto, en España ni si quiera se está manteniendo un debate de análisis de los últimos acontecimientos, más allá de la victoria de la Eurocopa. Creemos que lo que nos aporta la Unión, nos lo regala el Gobierno Nacional o el Regional. Sin embargo conocemos el nombre del comisario europeo de turno que nos recorta una subvención o nos exige condiciones más estrictas.
Presentarse con esto a un nuevo reto por el horizonte unido políticamente es simplemente una absoluta aventura.
Todos los males de la partitocracia elevados a la europea potencia, eso es lo que está pasando.