Agua, recursos hídricos, acuíferos y riego

Entre el debate científico y político establecido ya a nivel global es bueno tener también una concepción global de la dimensión de lo que significa manejo racional del agua. A menudo entran en juego aspectos tan poco relacionados entre ellos como la ecología, la agricultura, el urbanismo y la construcción, flora y fauna, ocio… a la hora de hacer su evidente puesta en escena sobre el uso del agua. Pero el agua, nadie lo duda, no es infinita.

Desde luego, siempre que hablamos de agua hay que referirse al agua dulce, que es una mínima parte del total, pues a pesar de que las tres cuartas partes de la Tierra son agua, sólo un 3% de esa cantidad es agua dulce. Y aunque existen modernos métodos para la desalinización del agua de mar este proceso es costoso económicamente y ecológicamente para el rendimiento que se puede obtener de él, teniendo en cuenta que gran parte del agua dulce no es eficazmente aprovechada y termina formando parte de las masas oceánicas. Además, la fuente mejor aprovechable de agua dulce son precisamente las precipitaciones y de ahí el que muchos estudios relacionados con el agua empiecen siempre con los estudios de meteorología. ¿Quien no recuerda aquellos rumores tan idílicos de que la tecnología pudiera controlar la meteorología? No sé si se habrá llegado a algo o no pero sería, o está siendo, una ambiciona línea de investigación.

Mientras tanto, en la Península Ibérica tenemos que ser conscientes de que estamos en un clima Mediterráneo, propenso a las sequías y cuyas precipitaciones están concentradas en épocas muy concretas del año. Las sequías no son algo nuevo, ni mucho menos atribuibles a repentinas causas por cambio climático, por combustión de combustibles fósiles, gases invernadero. Durante el califato de Abderramán III, el territorio de Al-Andalus sufrió los rigores de la escasez de agua tal, como nos lo relata Ibn Hayyán en el Muqtabas V . Según este relato, en la segunda mitad del año 941, Córdoba y sus alquerías ven secarse sus aljibes y sus campos circundantes son totalmente estériles. Igual a ésta, existen numerosas referencias históricas sobre sequías preocupantes, las cuales van acompañadas de significativos aumentos de los productos agrarios.

La Organización Meteorológica Mundial propuso definir la sequía como la secuencia atmosférica caracterizada por el desarrollo de precipitaciones inferiores a las normales en un 60% durante más de 2 años consecutivos. Para nuestro país, el profesor Morales Gil propuso una reducción del 40% del total para el sureste y Levante y un 25% para las áreas del cantábrico.

En la Península Ibérica precipitación media anual está en torno a los 650mm, lo que multiplicado por la superficie, unos 583.254km2, nos da una cantidad de agua dulce aprovechable total de 379.115 hm3. Desde luego sería imposible lograr aprovechar o canalizar de forma efectiva todo ese agua, pero en España tenemos una mímima parte de capacidad de regulación con respecto a ese total. Es España existe una capacidad de regulación en embalses de algo menos de 55.000 hm3, y por supuesto nunca se llega al 100% de almacenamiento. A esto debemos añadir que la regulación de cada cuenca es distinta y los excesos de una no pueden suplir los defectos de otra.

Por otro lado, los acuíferos y las aguas subterráneas son almacenes de agua que no se van reponiendo directamente ni tan rápidamente como las precipitaciones. De modo que se puede considerar reservas de agua dulce muy limitadas y de difícil recuperación. Desgraciadamente muchas de estas aguas subterráneas se están agotando por una sobre-explotación dando como resultado un cambio ambiental local de la flora y la fauna allá donde aquellas subterráneas subyacían sobre el nivel del suelo. Y por esta consecuencia los grupos ecologistas están haciendo responsables a la agricultura. Aunque cabe el buscar un antecedente más profundo.

Al igual que la sequía es una característica en la Península Ibérica, de todos es sabido también que la principal fuente de PIB en España es el turismo y la agricultura, negocios que han cambiado mucho en los últimos 50 años y que están muy ligados al uso del agua dulce. Podemos considerar que la agricultura es, efectivamente, la responsable del agotamiento de los recursos hídricos subterráneos, pero sólo como consecuencia de una precaria tecnificación o modernización durante esos 50 años.

Donde se han utilizado tradicionalmente pozos para llegar al agua ha habido poca intención, de administraciones y de los propios regantes, de promover sistemas de riego nuevos, o mejoras para hacer un riego más eficiente, o infraestructuras para el almacenamiento de agua.

Durante ese mismo periodo de tiempo, y ahora que es el 60º aniversario del estado de Israel, este país se ha convertido en lo más puntero en riego, teniendo unos recursos hídricos muy parecidos a los de la península y unos aprovechamientos también similares. Son los pioneros en los cultivos hidropónicos y aeropónicos, los más tecnificados en filtrado y reciclado de aguas y los referentes en todo tipo de estudios científicos en cuanto al estrés hídrico en las plantas.

Sin embargo en España todavía estamos en un periodo pasivo de moratoria para las declaraciones de uso de pozos tradicionales y concesiones de aguas subterráneas, desde que hace 25 años estas tomaron el carácter de estatales. Son relativamente modernas las políticas para incentivar las puestas en riego y/o las modernizaciones y son todavía más recientes las políticas de Servicios de Asesoramiento a los Regantes (SAR).

Pero a pesar de ello, se tiende a criminalizar por delito ecológico a la agricultura y los campos de golf de Andalucía, Murcia o Valencia. A los de Cataluña no se les suele acusar de nada, Dios los salve. El agua es para que beban las personas, pero la agricultura y sus productos es para que coman. No sólo de agua vive el hombre, y la consecuencia más probable de que se reste agua a la agricultura es que la oferta de productos descienda y los precios suban.

Desde luego existen también consecuencias ecológicas, en última consecuencia, y con aguas de mala calidad o mal manejo, la desertificación. Este fenómeno tampoco es nada ajeno, es una realidad a la cual Andalucía está muy expuesta. La falta de agua, de vegetación o de cultivo, combinado con erosión fuerte conlleva un proceso de progresión geométrica hacia la destrucción del suelo, la pérdida de sus cualidades para terminar siendo estéril.

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